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Unas urnas para recordar

AARÓN RODRÍGUEZ Asesoramiento y Gestión Patrimonial en Cross Capital

 

14-05-2017

Las elecciones francesas ha supuesto uno de los eventos más importantes de los últimos años, pues éstas hubieran alterado el futuro de la Unión Europea y su moneda, el euro. La victoria de Macron trae consigo la calma a los mercados y al mundo empresarial, pero no hay que olvidar el trasfondo de los hechos; estos resultados vienen a representar en, al menos dos vertientes, la extensión de los eventos que causó la victoria del Brexit y la elección de Donald Trump como presidente. Por un lado, el resurgimiento de la extrema derecha, con políticas anti-inmigratorias y proteccionistas en países con una estructura democrática muy sólida, como son los casos de EE.UU., Reino Unido y Francia. Y por otro, los votantes han rechazado de pleno a los partidos tradicionales y puesto todas sus esperanzas en unos “outsiders”, que llegan con la intención de revolucionar el sistema.

 

El caso más llamativo ha sido sin lugar a dudas la elección del Sr. Trump, una persona con un carácter muy peculiar que arrasó entre las filas de su propio partido sin más apoyo que el de su fortuna, para después barrer del mapa a la última gran “insider” de Washington, Hillary Clinton. En Francia, todos los partidos principales fueron derrotados en la primera ronda, dejando sólo a Macron y Le Pen en la segunda vuelta; el ganador no tiene ni equipo de gobierno.

 

Muchos opinan que, quienes votan a Le Pen o Donald Trump, son personas mayores y aquellas con bajo nivel educativo y, de hecho bien podría ser cierto, pues es el segmento poblacional al que la globalización ha marginado. Se beneficiaron del crecimiento económico cuando las industrias europeas y estadounidenses dominaban el comercio mundial, y sus hijos vieron a sus padres disfrutar de altos estándares de vida con sólo un título de educación básica. Pero a medida que la industria asiática ganaba terreno, los empleos en occidente comenzaron a desaparecer dejando a esas personas a merced de su propio destino, deteriorando seriamente su nivel de vida, pues ya era tarde para volver a la escuela. Dicho esto, resulta fácil comprender por qué erróneamente se considera, aunque minoritariamente, al inmigrante una amenaza.

 

Antes de 2008, los países desarrollados presumían de bonanza económica y la economía nacional crecía, al igual que los salarios. Cuando estalló la crisis, los responsables políticos no administraron el estímulo fiscal adecuado para estas situaciones y, aunque EE.UU. consiguió salvar la situación en un primer momento cuando el entonces presidente de la Fed, Ben Bernanke, advirtió del “fiscal cliff”, la fuerte apreciación del dólar iniciada en otoño de 2014 está reportando graves consecuencias para el sector manufacturero y sus empleados; en la Eurozona directamente se hizo lo diametralmente opuesto, solicitando la aplicación de las mismas reformas estructurales que sitúan a Japón en un estancamiento económico desde los años 90, a pesar de que el problema radicaba en el deterioro del balance del sector privado.

 

En este sentido, el presidente del BCE, Mario Draghi, señaló a finales de abril que se necesitan políticas para ayudar a los “perdedores” de la globalización. La opinión tradicional siempre ha sido que, en conjunto, la economía nacional se beneficia de la liberalización del comercio pues los “ganadores” superan en número a los “perdedores”; suposición que ha sido puesta en evidencia con los últimos acontecimientos electorales. En este sentido, cabe señalar que tal vez veamos movimientos que modifiquen de manera paulatina nuestra percepción de la economía, pues el libre comercio y la democracia no sobrevivirán si la política continúa siendo diseñada únicamente para los “ganadores” del libre comercio, siendo preciso implementar fórmulas más equilibradas.