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Ciclo económico y proyecto europeo

AARÓN RODRÍGUEZASESORAMIENTO PATRIMONIAL

13/01/2019

Cualquier persona que haya leído prensa económica durante el último mes habrá visto que los grandes bancos de inversión desmienten que la economía mundial esté entrando en fase de recesión, aunque reconocen que ya hemos alcanzado la fase final del actual ciclo económico expansivo. La teoría nos dice que un ciclo se compone de cuatro fases relacionadas: recuperación, expansión, recesión y depresión. La finalización del ciclo pone de manifiesto los excesos y contradicciones que han iniciado el mismo. Los condicionantes que han promovido el actual ciclo es por todos conocido, por lo que sería lógico pensar que la próxima recesión o crisis está por venir, cuando converja con otros detonantes.

Sabemos que los mercados financieros suelen anticiparse a cada una de las fases con entre 6 y 12 meses de antelación, por lo que si el principal índice de referencia, el S&P500, alcanzó máximos de cotización en septiembre de 2018, a nivel macroeconómico deberíamos de estar a 3 ó 9 meses del pico de crecimiento del actual ciclo. De ahí, que en el ámbito de la inversión se hable de que estamos entrando en una fase tardía del ciclo. La gran duda que surge está en determinar si habrá una moderación saludable en el crecimiento, o si se convierte en una desaceleración más pronunciada, induciendo a una brecha de producción negativa (recesión).

Un fin de ciclo ahora mismo sería doloroso para Europa. Sabemos que cuando el crecimiento se detrae, los déficits aumentan automáticamente; endeudarse es más caro y, por ende, comienza a dificultarse el endeudamiento público que ya alcanza niveles máximos sobre PIB, a aumentar los incumplimientos crediticios en las empresas, desacelerando los préstamos bancarios y frenando finalmente al consumo. El marco de actuación de la Unión Monetaria nos exigiría austeridad, como lo hizo la crisis del euro, pero esta vez podría ser frenado por los gobiernos populistas. Algo que podría ser entendido como positivo, pero las tensiones podrían terminar por afectar negativamente al proyecto europeo.

Y es que la Unión Europea está polarizada y continúa polarizándose. Resulta sorprendente tener que afirmar que la Unión Monetaria Europea no cumple con las condiciones necesarias para lo que los economistas llaman área monetaria óptima. La divergencia en los costes laborales es destructiva para el correcto funcionamiento y estabilidad de la Unión, y la mayoría de economías continúa en desventaja competitiva frente a la potencia exportadora que es Alemania, cuyo superávit por cuenta corriente es ahora mismo el mayor del mundo. Y por el lado de la demanda los ajustes han sido dolorosos: la lenta recuperación económica tras la Gran Crisis Financiera, ha alimentado al populismo y el euroescepticismo.

El Banco Central Europeo ya ha utilizado toda la artillería posible para guiar el crecimiento, pero no ha sido suficiente y las tasas de inflación real apenas llegan al 1%. Si queremos que el proyecto europeo continúe, se deberá dar un paso al frente y reformarse a través de la unión fiscal, algo que en gran parte depende de Alemania, pues será quien tendrá que transferir o compartir su riqueza al resto de países de la UE menos aventajados. Y no es fácil, pues los alemanes deberán decidir si desean gastar su dinero en las futuras generaciones de alemanes o en la actual generación de españoles, italianos, … Desde fuera de nuestras fronteras siempre han mirado el proyecto europeo como una broma, pero es que no podemos decir que hemos construido una casa sólida si estamos utilizando piezas de juguetes diferentes, no se pueden mezclar los legos con los bricks de Molto.