
Trump desafía la autonomía de la FED
7/09/2025
La persistente batalla que Donald Trump lleva realizando para influir en la Reserva Federal (FED), sigue escalando. A lo largo de las últimas semanas, el presidente ha vuelto a intensificar sus ofensivas con el fin de influir, de manera directa tanto en su organigrama, como en las decisiones de la institución encargada de salvaguardar la estabilidad monetaria del país.
El episodio más reciente ha sido su iniciativa para destituir a la gobernadora y economista de la FED, Lisa Cook, a la que acusa de presuntas irregularidades vinculadas a un fraude hipotecario. Paralelamente, Trump ha nominado a Stephen Miran, actual presidente del Consejo Asesor Económico de la Casa Blanca, para ocupar un asiento en la Junta de Gobernadores, lo que ha generado inquietud en los mercados sobre la futura independencia de la institución.
Por un lado, Cook, quien actualmente se encuentra bajo investigación por parte del Departamento de Justicia (DOJ), ha rechazado y calificado como “ilegales e inéditas” las acusaciones, atribuyéndolas a motivaciones políticas, por lo que ha solicitado que se le permita seguir cumpliendo con su cargo. Por otro lado, Stephen Miran ha tratado de proyectar una imagen de independencia e imparcialidad durante su audiencia en el Senado el pasado jueves, prometiendo basar sus decisiones en datos y no en intereses partidistas. No obstante, su estrecho vínculo con la administración y el hecho de que no haya renunciado de forma definitiva a su puesto en la Casa Blanca han generado dudas legítimas sobre su verdadera capacidad de actuar con independencia y al margen de las presiones políticas, reforzando la percepción de que su eventual nombramiento respondería más a los intereses políticos de Trump que a una vocación técnica. Ante estos acontecimientos cabe preguntarnos ¿por qué Trump tiene tanto interés en acabar con la independencia de la FED?
En primer lugar, es importante recordar que la Reserva Federal es el banco central de Estados Unidos y tiene como mandato preservar la estabilidad económica mediante la instrumentación de la política monetaria, con el objetivo de controlar la inflación, generar el máximo empleo y velar por la estabilidad del sistema financiero del país. Por lo tanto, su Junta de gobernadores son los responsables de dirigir este mecanismo. Su independencia, consolidada durante décadas, ha sido un pilar esencial para lograr este triple objetivo y así sostener la credibilidad del dólar y la confianza de los mercados internacionales.
En segundo lugar, Trump es consciente del poder e influencia que este organismo ejerce sobre la economía, por lo que, desde su llegada a la política, ha buscado influir (hasta ahora sin éxito) en ella con el objetivo de obtener un mayor control y alinear sus decisiones con sus intereses políticos. Esto ha quedado reflejado a través de las presiones hacia su presidente, Jerome Powell, a quien ha acusado en múltiples ocasiones de mantener los tipos de interés en niveles “asfixiantes” para la economía, alegando que la política monetaria actual encarece el crédito, frena la actividad y perjudica a millones de familias. Todo ello mediante burlas, amenazas y un esfuerzo sistemático por trasladar a la opinión pública que la Fed es responsable de las dificultades económicas del país.
Sin embargo, como bien sabemos, la realidad es más compleja. La Fed adopta sus decisiones en función de datos objetivos como la inflación, el desempleo o la evolución del crecimiento, y no en función de las urgencias políticas de turno. A pesar de que Jerome Powell en su intervención la semana pasada en Jackson Hole insinúo una posible bajada de tipos de interés en el corto plazo, Trump aspira a acelerar este proceso consolidando una mayoría afín en la Junta de Gobernadores, lo que le permitiría inclinar la política monetaria hacia una estrategia de tipos bajos y devaluación monetaria.
Sin embargo, los riesgos de una FED dependiente del poder político serían elevados, pues la pérdida de independencia amenazaría con erosionar la confianza de los inversores, debilitando (aún más) al dólar, incrementando la prima de riesgo de los activos estadounidenses e incluso, podría desencadenar una fuga de capitales, acelerando de esta forma el aislacionismo con el que tanto sueña el presidente americano.