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Supervivencia bancaria

MUNESH MELWANI,  SOCIO-DIRECTOR GENERAL
15/11/2020

El pasado viernes desayunábamos con el titular en los diarios económicos del mayor ERE realizado por un banco en España, protagonizado en este caso por el Santander, que despedirá a 4.000 empleados, reubicará a 1.090 y cerrará entre 900 y 1.000 oficinas, argumentado razones económicas. La bolsa aplaudió la medida con una subida del 2,93% en la sesión y con razón. Además, seguramente le seguirán el resto de las entidades, consolidándose el sector bancario como el mayor destructor de empleo de los últimos 12 años, con aproximadamente 134.000 despidos.

La banca, al igual que otros muchos negocios, necesita reinventarse más que nunca. No se pone en cuestión su utilidad en el sistema financiero como dinamizador de la actividad económica por la concesión crediticia, pero si la rentabilidad de su actual modelo de negocio, lo que explica las actuales valoraciones bursátiles, en muchos casos en mínimos históricos de forma justificada.

En el contexto del Covid-19, la banca ha jugado un papel relevante contribuyendo positivamente para mitigar su impacto en la economía real: en primer lugar, con las moratorias, tanto en préstamos hipotecarios como personales/corporativos, algunas inducidas regulatoriamente por el gobierno español y otras, por consenso sectorial auspiciadas por las asociaciones bancarias. De este “alivio” que permite no pagar intereses ni amortizaciones de capital, se han beneficiado aproximadamente un millón de operaciones de crédito. En segundo lugar, la banca ha canalizado un 90% del programa de avales ICO de 140.000 millones, con operaciones a 5 años que han supuesto una válvula de oxígeno a más de medio millón de pymes y autónomos.

No obstante, lo anterior, este papel extraordinariamente colaborativo, tiene una contraprestación, o más bien, un coste para la banca. La moratoria supone que no se devengan y por tanto no se cobran intereses, teniendo un impacto directo sobre el margen de intermediación o margen financiero de las entidades, suponiendo un lastre para su negocio troncal. Por otra parte, como la recuperación económica será previsiblemente gradual y no en “V”, las empresas tendrán dificultades en la devolución de la deuda contraída pre-Covid19, máxime cuando se les limita su actividad de negocio o cuando directamente ni pueden ejercerla (sector hotelero, por ejemplo), sin olvidar que los préstamos ICO incrementan su endeudamiento. Ya los organismos internacionales han alertado a la banca globalmente de esta circunstancia, por ejemplo, el FMI, o incluso el BCE, que llama la atención advirtiendo que el deterioro de activos será inevitable, con lo que conviene sanear, esto es, dotar provisiones contables, algo que ya han comenzado a realizar los bancos españoles con vistas a 2021 (en el 2º trimestre de 2020 multiplicaron por cuatro las dotaciones del mismo período del año anterior).

Las cuestiones por abordar podrían ser: ¿será suficiente provisionar la morosidad o los impagos? ¿hay más medidas que se pueden adoptar para mejorar las cuentas bancarias? La primera no tiene respuesta hoy en día, dado que está muy condicionada por la efectividad de las vacunas que vayan saliendo al mercado y su impacto directo sobre la reactivación económica. En cuanto a la segunda, a la banca no le queda más remedio que agilizar su modelo productivo, reorientar su modelo de negocio y ganar eficiencia. Para esto último, hay dos caminos: (i) los movimientos corporativos o integraciones, como las anunciadas entre Caixabank y Bankia, o Unicaja y Liberbank, y (ii) reinventarse, redefiniendo su modelo de negocio. Las integraciones deben generar sinergias, implicando el cierre de oficinas, ajustes de costes en servicios centrales y la reducción de plantilla. Adaptar el modelo de negocio, conlleva adelgazar su estructura productiva, migrando la prestación física de servicios a un modelo más tecnológico y digital.

El entorno de tipos cero, que va para largo, y la absorción del deterioro de activos derivado de la crisis económica provocada por la pandemia, suponen un contexto adverso de negocio para la banca, al que ya está reaccionando, pero le queda mucho más por hacer. Esta situación en la que el tejido productivo del país sufre, la banca también lo hará; si además le añadimos la competencia de los nuevos jugadores, tales como las fintechs, los neobancos y las empresas de servicios de inversión (ESIs) que mejoran la experiencia del cliente en múltiples servicios típicamente bancarios, realmente se puede afirmar que la banca que conocíamos dejará de existir y se está gestando la banca del futuro. A esta banca del futuro que pasa por un menor número de entidades, se le espera redimensionada, más ligera, ágil y resiliente. Lo veremos en los próximos años.