
Sobre tierras raras y el pulso EE.UU.-China
25/06/2025
En un mundo que avanza hacia la electrificación, la automatización y el rearme tecnológico, pocos recursos han escalado tan rápidamente en relevancia estratégica como las tierras raras. Este conjunto de 17 elementos, esenciales para la fabricación de imanes de alta potencia, baterías, sensores y componentes militares, se ha convertido en una palanca económica clave en la competencia global entre Estados Unidos y China.
La alarma saltó en abril de 2025, cuando el Ministerio de Comercio chino anunció restricciones de exportación sobre siete tierras raras críticas, entre ellas el disprosio y el terbio. La decisión se justificó bajo argumentos regulatorios, pero el mensaje fue inequívoco: China, que controla más del 90 % del refinado global, puede cerrar el grifo si se agravan las tensiones comerciales o tecnológicas. El impacto de la actuación china no tardó en manifestarse: Ford Motor suspendió temporalmente parte de su producción de vehículos eléctricos, ante la imposibilidad de garantizar el suministro de imanes para sus motores. Lo mismo ocurrió con proveedores europeos como Valeo y Denso, que alertaron sobre “riesgo operativo” en sus cadenas globales de suministro. En paralelo, el precio del neodimio en el London Metal Exchange subió más de un 20 % en seis semanas.
Estados Unidos respondió de forma inmediata: en mayo se celebró una primera ronda de negociación en Ginebra, que culminó en un acuerdo de 90 días para suspender algunos aranceles a cambio de cierta flexibilización en las licencias chinas. Sin embargo, los avances fueron limitados: las aprobaciones continuaron siendo caso a caso y sujetas a interpretación política. En junio, una segunda ronda en Londres trajo consigo un acuerdo marco más amplio. Pekín se comprometió a revisar solicitudes de exportación con mayor agilidad para empresas estadounidenses consideradas “de confianza”, mientras Washington anunció una rebaja del 55 % en los aranceles a ciertos productos minerales. A cambio, China implementó una “ventanilla verde” con permisos válidos por seis meses, lo que reduce la tensión a corto plazo, pero mantiene la incertidumbre estructural.
Al mismo tiempo, EE. UU. ha acelerado su respuesta industrial. El caso más visible es el de la compañía MP Materials, propietaria de la mina de Mountain Pass (California), que ha pasado de ser una operación marginal para convertirse en el centro de gravedad del rearme mineral norteamericano. El pasado 10 de julio, el Departamento de Defensa adquirió un 15 % del capital de la compañía, inyectando 400 millones de dólares y firmando contratos de suministro a largo plazo: como consecuencia, las acciones se dispararon un 50,62%. Además, en Texas ya se construye una planta para procesar imanes NdPr (óxidos y carbonatos de neodimio-praseodimio) con capital estatal y privado. La tecnológica Apple también ha entrado en escena, firmando un acuerdo de 500 millones de dólares con MP Materials para garantizar el suministro de materiales reciclados utilizados en sus dispositivos. El objetivo: blindar su cadena de producción sin depender exclusivamente de proveedores asiáticos.
Hoy, el pulso entre China y Estados Unidos por las tierras raras va más allá del comercio. Se trata de quién controlará el acceso a los materiales que sostienen el futuro energético, tecnológico y militar. Y en esta carrera, la dependencia ha dejado de ser solo un riesgo… para convertirse en un vector de poder económico global.