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Los retos del coche europeo

AARÓN RODRÍGUEZASESORAMIENTO PATRIMONIAL

14/07/2019

Una buena parte de la sociedad se muestra a favor del uso de vehículos eléctricos. Un aire más limpio y una menor dependencia del petróleo, suponen dos de las principales razones que nos hace pensar que asistiremos a una aceptación masiva de este tipo de vehículos. Pero para los aproximadamente 3 millones de europeos que trabajan en la industria automotriz, la transición a la nueva tecnología les genera una gran ansiedad. Aún no hay una cifra definitiva del impacto, pero es muy probable que la fuerza laboral de la industria se deprima fuertemente debido a que los vehículos eléctricos necesitan menos piezas y menos mantenimiento que sus predecesores de gasolina. La automatización, el Brexit y los aranceles de Estados Unidos tampoco ayudan al sector europeo. Ford anunció hace unos días un recorte 17.000 puestos de trabajo, de los que 12.000 son europeos. El resto del entorno industrial está algo mejor, pero los ingresos por fabricación, como porcentaje del PIB de la Unión Europea se han reducido del 19% al 14% entre 1991 y 2018.

Los responsables políticos necesitan mejorar y acelerar la toma de decisiones y es que, hasta el momento, parecen estar confundidos con este épico desafío para los fabricantes del continente. No hay más que repasar lo sucedido con el intento de fusión entre Fiat y Renault, un acuerdo que pretendía crear una compañía mejor preparada para lidiar con la transformación de la industria, pero que quedó frustrado por las exigencias del ministro de finanzas francés.

La velocidad de irrupción de la tecnología en las empresas a menudo sorprende tanto a políticos como a trabajadores. Mientras que los gobiernos se preguntan si los objetivos de carbono neutral -aquello de ser capaces de producir tanto dióxido de carbono como el que podamos capturar, para que el resultado sea neto en nuestra atmósfera-, deberían ser para 2040 o 2050, las empresas industriales ya están redirigiendo grandes sumas de capital para adelantarse a la demanda de productos más limpios por parte de los consumidores. En estas, Volkswagen, por ejemplo, ha prometido que invertirá 34.000 millones de euros en vehículos eléctricos y, de acuerdo con un informe sobre el crecimiento de la demanda en determinados metales, los vehículos eléctricos de mayor tamaño podrían ser más baratos que sus homólogos de motores de combustión en 2022. Y eso que hace sólo dos años la estimación señalaba el año 2026, algo que demuestra la velocidad con la que se producen los cambios.

Para contrarrestar el impacto, el sindicato alemán IG Metall cree que la capacitación del personal es la mejor respuesta ante la posible pérdida de 75.000 empleos alemanes en el cambio a la electricidad, y podría no ser una panacea. El Fondo Europeo de Adaptación a la Globalización, que proporciona apoyo en la capacitación de los trabajadores desempleados, ha tenido un éxito mixto, según el Think Tank de Bruegel: la tasa promedio de reempleo de los que accedieron al fondo fue de un impresionante 92% en la República Checa, pero solo 26% en Bélgica. Su tamaño es demasiado pequeño, de 150 millones de euros por año, y sus criterios demasiado restrictivos como para marcar una gran diferencia, pero es un comienzo. A nivel nacional, al menos Alemania se ha mostrado dispuesta a responder al principal cambio, que es el paso a energía renovable, a través de un paquete de 40.000 millones de euros para apoyar a aquellos que sufrirán la eliminación gradual del carbono. El gasto incluye mejoras de infraestructura como carreteras y telecomunicaciones, así como más empleos de servicio público.

La pregunta es si la redistribución directa será suficiente, o sostenible, si el crecimiento económico y la productividad de Europa no repuntan pronto. ¿Puede Alemania realmente reemplazar esos trabajos de alta calidad en automóviles con roles de fabricación similares? Mientras tanto, Francia está preocupada por la posibilidad de más disturbios si el proceso de “desindustrialización” va mucho más allá. El débil aumento de la productividad del país y el escaso crecimiento salarial, combinado con la pérdida de empleos y los precios más altos de la energía, podrían provocar una repetición de la crisis de Gilets Jaunes (chalecos amarillos). No hay una solución mágica para estos problemas. Pero está claro que nuestros líderes necesitan comenzar a moverse mucho más rápido.