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Negociación en curso EE.UU. – China

JORGE BAUER, ASESORAMIENTO Y GESTIÓN PATRIMONIAL

25/06/2025

El prolongado tira y afloja comercial que lleva protagonizando Donald Trump desde su entrada en la casa blanca sigue su rumbo. Esta semana, el foco ha vuelto a situarse en China a través del anuncio de un acuerdo comercial preliminar tras las jornadas de negociaciones realizadas en Londres y en continuidad con las directrices establecidas en Ginebra hace un mes, donde alcanzaron un pacto temporal de 90 días.

A pesar de que aún no se conocen de manera explícita los detalles definitivos, un acuerdo preliminar marca un paso adelante en la prolongada disputa comercial entre ambas naciones, en la que, según comunicados oficiales, Estados Unidos impondrá unos aranceles del 55% a las exportaciones chinas, mientras que China aplicará un gravamen del 10% a las exportaciones estadounidenses. Asimismo, Beijing se ha comprometido a mantener y agilizar los flujos de exportación de tierras raras a cambio de una flexibilización parcial de controles americanos sobre determinados bienes, pero no sobre aquellos relacionados con tecnologías avanzadas, como los semiconductores de última generación, los cuales permanecerán vigentes.

De manera preliminar, las condiciones del acuerdo parecen ser altamente beneficiosas para los intereses americanos en contraposición con los chinos, lo cual lleva a reflexionar sobre las razones que ha llevado a China a ceder en mayor medida por delante de sus intereses y a EE. UU. a no ser aún más restrictivo, puesto que uno de sus objetivos principales es desvincularse cada vez más del país asiático al que consideran su principal adversario.

Abordando en primer lugar las razones de concesión del gigante asiático, debemos entender que, actualmente, en una guerra comercial totalmente abierta, China posiblemente tendría las de perder, cuestión que sus dirigentes políticos saben. China ha realizado constantes esfuerzos en los últimos años para diversificar su economía y aumentar el consumo interno, no obstante, su economía aún sigue siendo altamente dependiente de los flujos comerciales mundiales y en especial de los americanos, por lo que entienden que, cuanto mayor sean las restricciones comerciales, mayores serán los efectos negativos que tendrán éstas sobre su economía. Es por ello, que viendo el resultado que han tenido los aranceles en los últimos meses (en abril las exportaciones hacia EE. UU. cayeron en más de un 30%), estén adoptando una posición comercial más negociadora y receptiva.

En segundo lugar, existe una asimetría de horizontes y presiones temporales entre ambos gobiernos. Por un lado, los Estados unidos (y occidente en general), llevan a cabo un juego a más corto plazo, con fechas límite autoimpuestas como la anunciada por Donald Trump, para el 9 de julio, de cerrar acuerdos con múltiples socios o reactivar nuevos aranceles, haciendo que el gobierno americano, se centre en buscar unos resultados más inmediatos que refuercen su narrativa de fortaleza negociadora en el corto plazo. Por otro lado, el enfoque chino, es mucho más largoplacista, influenciado no solo por su sistema político (con mandatos extendidos) sino también, por su cultura confuciana que la lleva a desarrollar una estrategia de autosuficiencia progresiva con un margen de maniobra más flexible, llevándolos a buscar un acuerdo que les permita no solo ganar tiempo, sino también fortalecer así su posición para más adelante.

Por su parte, la razón principal que Estados Unidos no haya sido más restrictivo con China es debido a la capacidad de reacción de china y a sus armas de disuasión en cuestiones claves como son la extracción y procesamiento de tierras raras (cruciales en el mundo moderno), en la que cuentan con una posición monopolística, lo que ha llevado a EE. UU. a aflojar su postura respecto a sus ambiciones comerciales.

 En definitiva, aunque el entendimiento reciente aporte cierto alivio táctico y reduzca el riesgo de escaladas inmediatas, la disputa estructural entre EE. UU. y China seguirá vigente. Como inversores debemos tratar de equilibrar la gestión del riesgo geopolítico con la búsqueda de oportunidades, siendo conscientes de que los plazos y estrategias de cada actor difieren y que, a menudo, las contramedidas se gestan con un enfoque más a largo plazo.