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Lo que deberías saber si inviertes en renta fija

AARÓN RODRÍGUEZASESORAMIENTO Y GESTIÓN PATRIMONIAL

Septiembre 2018

Se dice que los españoles somos propensos a recurrir a la acumulación de efectivo como única vía para generar incrementos de capital. La mayoría no están familiarizados con las diferentes formas de inversión y requieren de una garantía del principal, así como de una mayor comprensión de los beneficios y riesgos asociados. Esto implica que, por norma, el proceso de transformación de ahorrador a inversor comience por la clase de activos que más seguridad le otorga, por lo que cuando escuchan renta fija, les suena la campanilla.

Renta fija es la forma que tiene el mercado de denominar a los valores negociables de préstamos que emiten las empresas e instituciones públicas para financiarse. Se le dice fija, porque en el momento de su compra, los flujos de caja (cupones) que generará para el inversor, son conocidos, si bien hay excepciones (como los bonos con cupón flotante) y también matices. Estos títulos pueden comprarse tanto en el mercado primario, en el momento de la emisión, como en el secundario, si es con posterioridad a la misma y cotizan con suficiente liquidez.

Si se decide invertir directamente en el mercado es importante saber, que un gestor de renta fija se enfrenta a diversas decisiones críticas en su búsqueda del valor de la inversión (alfa), mientras gestiona los riesgos que tiene asociados. Más concretamente, se debe determinar la forma de abordar el riesgo, el cual puede definirse a lo largo de tres dimensiones clave: i) la duración de la cartera o sensibilidad a la variación de la curva de tipos; iii) el sector; y iv) la selección de valores, incluyendo el riesgo de crédito, de liquidez y los problemas estructurales.

Las carteras de renta fija están profundamente afectadas por la variación de los tipos de interés. La duración representa la forma más eficiente y práctica, para la medición del riesgo de tipos de interés en un bono o cartera de renta fija. En concreto, viene a representar el porcentaje de cambio esperado en el valor de una determinada cartera o título ante una variación en los tipos de interés. Esto es, si una cartera tiene una duración de 4 años, se espera que experimente una pérdida del valor de mercado de la misma en un 4% ante un aumento en 100 puntos básicos (un 1,0%) de los tipos de interés. Normalmente, los gestores intentan estimar cómo se va a comportar la curva de tipos, para medir la sensibilidad de la cartera basada en un análisis de rentabilidad objetivo y tolerancia al riesgo. Si se espera que la curva de tipos baje, optar por una mayor duración de la cartera puede ser lo apropiado; si por el contrario las expectativas son de una subida de tipos, se podría optar por una menor duración de la cartera. Por último, conviene recordar que “la renta fija sólo es fija si se mantiene a vencimiento y el emisor no entra en default”. Por seguir con el argot y estándares de mercado, la rentabilidad del bono se conoce como TIR (Tasa Interna de Retorno), pero conviene resaltar que tiene dos componentes: la rentabilidad nominal del título y un diferencial por riesgo de crédito, siendo importante tener analizados y monitorizados ambos componentes.

Si se carece de los conocimientos adecuados, o del capital necesario (dado que comúnmente la mayoría de las emisiones van dirigidas a inversores institucionales y el nominal mínimo son 100.000 Euros), se puede invertir en renta fija a través de los diferentes vehículos de inversión colectiva que existen -fondos de inversión, principalmente-. Según datos de Inverco, a finales de 2017 el volumen total de activos de los fondos de inversión españoles ascendía a 263.000 millones de euros, donde el 44% correspondía a fondos de renta fija; una cifra elevada pero que viene descendiendo con el paso de los años, a medida que los ahorradores se van familiarizando con esta clase de activos y la gestión de carteras se va profesionalizando.

De igual modo, se debe ser consciente que no es útil un fondo de inversión de renta fija cualquiera ya que, como se ha comentado, en caso de subida de tipos pueden llegar a perder dinero, como está ocurriendo recientemente. La impresión generalizada que se tiene sobre este tipo de activos es que funcionan como inmuebles en régimen de alquiler, los cuales generarán rentas año tras año, y se obvian otros factores, lo que suele propiciar un menor control de la situación de la inversión, e incluso en muchos casos ignorar en qué clase de activos invierte (deuda high yield, contingentes convertibles, híbridos subordinados,…) que si se tratase, por ejemplo, de un fondo que invierte en mercados emergentes donde, en este caso, sí que es más frecuente que existan preguntas y gran inquietud acerca de la evolución futura de las inversiones.

La inversión en esta clase de activos ha venido generando excelentes resultados desde 2012, momento en el que el BCE decidió intervenir en el mercado para salvar a los gobiernos periféricos. Muchos recordarán esa época, cuando se puso de moda el concepto de prima de riesgo y el bono español a diez años llegó a superar el 6% de rentabilidad, mientras que hoy ofrece un 1,4% y dada la relación inversa entre rentabilidad y precio, las ganancias han sido notables, más de 10% en precio (pasando a cotizar desde 887 Euros por título a los 996 Euros actuales). Las palabras que pronunció M. Draghi, “whatever it takes”, durante su discurso en Londres pasará a la historia, por lo que les recomiendo que escuchen la conferencia, pues ese día cambió el rumbo de la Eurozona.

En estos seis años la economía de la Eurozona ha realizado grandes avances, se han cerrado las brechas de producción entre países y el desempleo está cerca de niveles precrisis, pero también ha llevado a un incremento de la inflación -aún bajo- y a que el BCE inicie una política monetaria menos expansiva, ambos, factores negativos que terminarán empujando al alza los tipos de interés. Y es precisamente por eso, que la renta fija no debería ser la clase de activo preferida, al menos no con un estilo de gestión tradicional, puesto que el aumento de tipos debería traer consigo una caída en los precios de la renta fija, ajustándose al nuevo entorno y revirtiéndose así las ganancias obtenidas hasta ahora. De hecho, ya está pasando.